Científico sin-vergüenza


Soy un profesor de la universidad pública, soy un científico que investiga movido por su curiosidad y su deseo por entender al menos algunos de los maravillosos misterios de la naturaleza. Aspiro a trabajar en mi país y haciéndolo a veces me siento útil aunque otras me veo como un imbécil. Pero nunca siento vergüenza por lo que hago. ¿Vergüenza? En cualquier país civilizado mis colegas; aquéllos que intentan responder mis mismas preguntas, aquéllos que publican sus resultados en las mismas revistas donde yo lo hago, aquéllos que son invitados a las mismas conferencias donde yo asisto, no comprenderían cómo alguien como yo, o como cualquier otro científico argentino, pueda plantearse esa cuestión. Es claro, las sociedades de los países centrales han aprendido a valorar a sus científicos y comprenden que esa gente extraña y ensimismada resulta sumamente útil. Y las razones son múltiples: En las Universidades, los así llamados científicos básicos son la especie encargada de proveer la mayor parte del oxígeno al ecosistema científico y tecnológico. De su mano han surgido ideas de enorme impacto en nuestra cultura, en nuestra visión del hombre y del Universo. Pero también sus cerebros han ideado los más revolucionarios inventos que han cambiado, para bien o para mal, la vida cotidiana de los habitantes del planeta. En fin, éstos son hechos conocidos, son casi verdades de perogrullo.


En ningún país civilizado se perdería mucho tiempo en discutir el valor de la ciencia básica. Menos tiempo aún sería utilizado para debatir sobre su importancia en la Universidad. Y muchísimo menos tiempo todavía sería necesario para analizar la importancia de la investigación básica en una Facultad de Ciencias. Pero el nuestro, en más de un sentido, es un país poco dispuesto a actuar civilizadamente. Tiene una preocupante tendencia hacia la barbarie, que no siempre es fruto de la presión de los de afuera sino que se origina en nuestra ignorancia y en nuestra incapacidad para llegar a acuerdos sobre cuestiones que deberían ser políticas de estado. Por eso, cada tanto, los científicos sufrimos un nuevo ataque y nos preguntamos, una vez más, si deberíamos avergonzarnos por hacer ciencia en un país como el nuestro. Y así, una vez más, resurgen nuestras dudas sobre si éste, nuestro lugar, es realmente nuestro lugar. Un ministro nos manda a lavar los platos, otros funcionarios nos tienen en cuenta solamente para utilizar su tijera... Hay otros casos menos dramáticos, al menos por ahora, en los que el golpe es meramente emocional. El Decano de la Facultad de Ingeniería de la UBA, el Dr Bruno Cernuschi, declaró en una entrevista publicada en Página 12 que "...Necesitamos hacer ciencia básica y no relegarla, por ejemplo, a la Facultad de Ciencias Exactas, donde, con todo respeto, se ponen a delirar y generan una tecnociencia que es útil para el Primer Mundo. Pero no vamos a resolver los problemas de la Argentina estudiando el Big Bang, la teoría de supercuerdas o participando en el mundial de fútbol de robots...". Las declaraciones del Decano Cernuschi parecen denotar su desconocimiento del significado de la ciencia básica. Para él, estudiar el origen del Universo o las interacciones fundamentales de la materia son simples delirios. La ciencia básica según Cernuschi debería hacerse con el objetivo de "resolver los problemas de la Argentina". Paradójicamente, Cernuschi equipara el delirio de los cosmólogos con la participación en el campeonato mundial de fútbol de robots. Pero esto podría explicarse como un simple error, que el propio Dr Cernuschi seguramente admitirá. Ese proyecto, como tantos otros que se llevan a cabo en el ámbito de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, tiene una naturaleza netamente aplicada (y su objetivo, obviamente, no es aprender a construir y programar robots que sólo sepan jugar al fútbol!).


Pero en esa Facultad muchos otros investigadores buscan comprender aspectos fundamentales de la naturaleza. Yo soy uno de ellos. Y como científico básico, que estudió movido por su vocación y que trabaja impulsado por su curiosidad, las declaraciones del Decano Cernuschi me generan preocupación. No sólo me preocupa el futuro de la Facultad que él dirige sino, fundamentalmente, el hecho de escuchar en boca de alguien que ocupa un lugar tan significativo, planteos que conciben a la ciencia básica como algo que se justifica sólo en la medida en que demuestra su utilidad inmediata para resolver problemas concretos. Estas ideas no son nuevas y en las últimas décadas han estado de moda entre quienes, desde el neoliberalismo, han intentado aplicar un criterio utilitarista a todo. Tampoco son novedosas las opiniones que sostienen que instituciones como la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA deben evitar cultivar "una tecnociencia útil para el primer mundo". La corriente que sostiene tal línea de pensamiento parece opinar que en nuestro país se necesita una ciencia básica diferente de aquella que se practica en otros lugares del mundo. Parecen aceptar el hecho de que hay una ciencia que es "útil" para el primer mundo pero que no lo es para gente atrasada como nosotros. Se equivocan: Es evidente que nuestro país necesitará de ciencia y tecnología aplicadas a resolver problemas locales y que, por lo tanto, la aplicación del conocimiento científico debe hacerse con un profundo espíritu nacional. El problema que tiene en sus manos la Universidad es cómo hacer para formar gente capaz de hacer eso. Y con ese fin debe combinar en su plantel de docentes a investigadores con dosis imprescindibles de delirio, creatividad y dedicación, cuidando especialmente mantener una alta calidad. Resulta paradójico que los argumentos que miden el producto de los científicos por su utilidad inmediata siempre se han usado como refugio de la mediocridad: el mito de la ciencia útil ha servido de refugio a un importante número de inútiles. En cambio, como decía Houssay, para poder aplicar la ciencia, primero hay que tener ciencia. Y para eso, en mi opinión, en el ámbito de la Universidad lo que necesitamos son buenos científicos, que deben ser capaces de percibir y actuar sobre la realidad que los rodea, que deben superar cierto umbral de calidad y ser capaces de competir internacionalmente, capaces de imaginar, de curiosear y de crear, capaces de enseñar a resolver problemas y a aplicar el método científico en sus distintas variantes.


Me cuesta resignarme a que el destino que les queda a aquéllos científicos de vocación sea un exilio irremediable en el que, con sus delirios, contribuirán al progreso de otras sociedades. En definitiva, aspiro a que nuestro país progrese y para eso estoy convencido de que debe contar con Universidades serias, que no difieran demasiado de aquellas instituciones que funcionan en cualquier país civilizado del mundo donde los científicos básicos, aquéllos delirantes que se mueven motivados por su curiosidad o su deseo, juegan un importante papel dentro de un gran ecosistema. Junto a muchos colegas aspiro, señor Decano Cernuschi, a seguir siendo un científico básico no vergonzante que trabaja en la Argentina.


Juan Pablo Paz

Profesor Asociado UBA, Investigador Independiente CONICET

Director del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y

Naturales, UBA